Hace miles de años una afanada ardilla siberiana recogió algunos pequeños frutos y los guardó con cuidado en su escondrijo. Más de 30.000 años después, un grupo de científicos de la Academia Rusa de Ciencias encontró la madriguera, y sus frutos, conservados en una nevera natural durante eras, han sido capaces de regenerar una planta con las mismas propiedades que aquella que gestó hace mucho tiempo lo que tenía que haber sido un suculento bocado para la ardilla.
La guarida del roedor estaba sepultada a temperaturas de -7º centígrados a 38 metros de profundidad bajo el permafrost, la capa de hielo permanente que se da en regiones muy frías como Alaska y la propia Siberia
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